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Una mano extranjera en una botella uruguaya

El mercado local se compone, casi exclusivamente, de empresas familiares que empujan la producción en base a la tradición y la profesionalización de las nuevas generaciones. Algunas incorporan personal para diversificar su plantilla; la mayoría invierte en tecnología, pero lo cierto es que las bodegas uruguayas tienen siempre el apellido de las familias fundadoras marcadas a fuego.
Una mano extranjera en una botella uruguaya
Sin embargo en los últimos años, algunas bodegas -por diferentes situaciones- recibieron inversión de capital extranjero. Algunas, como Garzón en Maldonado, se fundaron a impulso de capitales argentinos. Otras recurren a enólogos extranjeros, como el neocelandés Duncan Killiner, que actualmente trabaja con Alto de la Ballena, Pizzorno y Joanicó, quien también recibe asesoría de Paul Hobbs. En otro caso, como la bodega coloniense Narbona, recurrió a la asesoría del erudito francés del mercado, Michel Rolland. Y otras, como Filgueira (Cuchilla Verde, Canelones), fueron adquiridas por empresarios brasileños.

El caso de esta última resulta interesante de abordar, aunque más no sea en titulares. En 2010 la familia Filgueira concretó la venta de la empresa, que había tenido un impulso en busca de alta calidad en los años 90. La familia Necchini, oriunda de Bello Horizonte (Minas Gerais, Brasil), se hizo cargo del establecimiento y parte de sus viñedos. Bajo esa dirección, hace cuatro años, la bodega mantuvo la marca “Casa Filgueira” e incorporó, entre otras cosas: nuevos viñedos (plantaron 3,5 hectáreas de Merlot); instalaron una sala de degustación; y remodelaron la infraestructura, muebles y el acondicionamiento general de la empresa. También apostaron a cambiar las cápsulas en todas las líneas y comenzaron a utilizar corchos por screw cap (algún día Sacacorchos abordará su conveniente uso) en blancos y rosados jóvenes. Además, adquirió botellas con menos fallas y mejor calidad, cambió las etiquetas de las líneas Clásica y Reserva, e inauguró una nueva línea, denominada Proprium, que cuenta con tres varietales tintos: Pinot Noir, Cabernet Sauvignon y Tannat.

Proprium rescata una de las cualidades más interesantes de la industria vitícola nacional. Subraya que ese vino es elaborado con uvas propias del viñedo, en un proceso cuidado, casi artesanal, que asegura la calidad. En el mundo no es tan común como parece. De hecho, en Chile, por ejemplo, las viñas que tienen uvas propias para elaborar sus vinos así lo hacen saber. Pero en Uruguay, como es común que así sea, no se destaca, y resulta una cualidad dormida.

En el marco de esa nueva política de Filgueira ese valor se destaca, y está bueno que así sea.
La novedad de Proprium (que disparó el interés de Sacacorchos por esta bodega) es un Syrah 100% de la cosecha 2013. Un vino de gama media -para ubicar al lector-, que tiene su mayor virtud en la relación calidad-precio. La línea cuesta $ 230, según si se compra en tiendas, supermercados, o si se consume en restaurantes. Este Syrah joven y muy vivo, guarda muy bien la tipicidad de la cepa. Tiene un color rubí con tonos amarronados muy seductor. En nariz aparecen notas típicas como frutos rojos, tierra mojada, pero sobre todo ese olor ahumado, de panceta, que tanto gusta en el Syrah. En boca este vino cumple con lo que vende antes de su ingesta. Llena el paladar, pero no cansa. Tiene una presencia de acidez adecuada que lo hace gastronómico.

Hay veces que uno busca vinos que se dejen tomar con facilidad. Son ricos los tintos que se preparan para los concursos internacionales, porque resultan impactantes en boca. Pero sucede que con ellos el paladar se cansa en la segunda copa.

El Syrah de la línea Proprium, de Filgueira (como tantos otros vinos del nuevo mundo), en cambio, es honesto en aromas y gustos.

La revitalización de esta, como otras bodegas uruguayas es, sin duda, una muy buena noticia para los consumidores.

El Observador

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