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El Edén de los vinos está en Chile

Cuando Aurelio Montes visitó en 1972 por primera vez una zona remota del Valle de Colchagua llamada Apalta con el fin de comprar uvas para su empleador, quedó impactado, al igual que yo 35 años después, con la dramática belleza del lugar, con la calidad de la luz, que parece acumularse en la base de una ladera de ocho kilómetros de ancho enmarcada por el ascenso del cerro Pangalillo. Aunque las uvas se han plantado en este lugar desde la época de la conquista, el Valle de Colchagua era una región remota y desconocida para los forasteros. Veinte años después, Aurelio y sus socios compraron 500 hectáreas en Apalta para su viña, la que llamaron Montes.


Mientras tanto, Alexandra Marnier-Lapostolle, cuyo tatarabuelo creó Grand Marnier, recorría Chile con el enólogo Michel Rolland. Ella también llegó a la conclusión de que Apalta era el lugar perfecto para crear un vino tinto chileno de clase mundial. Hoy, menos de 20 años de cosechas después, se puede decir que Apalta puede considerarse como el primer "gran cru" de Chile.

El Valle de Colchagua, ubicado a unos 120 kilómetros al sur de Santiago, es una subregión del Valle Central de Chile, y está localizado apropiadamente en la mitad de este largo y delgado país. El clima, moderado por los Andes al oriente y por el Océano Pacífico al occidente, es algunas veces descrito como una combinación entre Napa y Burdeos. La vid vinífera (uva) llegó a la región en el siglo XVI con los españoles, y después de que la filoxera, la peste que ataca los cultivos de uvas, golpeara Europa en el siglo XIX, refugiados franceses llegaron a Chile a atender los viñedos que no habían sido afectados por el parásito.

Gracias a su aislamiento geográfico, se cree que Chile es el único país en el mundo que no fue contaminado con la peste que arrasó con la producción de vino del mundo. Hoy, es el único lugar donde se plantan vids de la variedad vitis vinífera europea en sus propias raíces. En otros lugares, la viña es injertada en un patrón (portainjerto) estadounidense, que es resistente a la filoxera, una práctica necesaria, aunque no ideal.

Ese hecho, en conjunto con su clima, hace de la parte central de Chile un Edén para la viticultura. Y los bajos costos de mano de obra le dan al país una ventaja en los mercados de exportación. A pesar de esto, durante buena parte del siglo XX, las viñas chilenas se conformaron con atender el mercado doméstico, que era poco exigente. No fue sino hasta los años 80 que Aurelio Montes y un trío de profesionales del vino fundaron Montes con la mira puesta en estándares más altos.

A los 39 años, Montes empezó de cero con la ayuda de tres amigos, el experto en negocios Alfredo Vidaurre, quien aportó la inversión inicial de US$62.000; el especialista en marketing Douglas Murray; y el aficionado a los automóviles y la mecánica Pedro Grand, cuya familia poseía un viñedo que pudieron usar para las primeras cosechas.

Todos trabajaron medio tiempo sin salario. Montes, un piloto y aficionado al polo, admite que era una aventura con muchos riesgos. "Solía despertarme en las mañanas con un sensación de desesperación", señala. Su Cabernet Sauvignon de 1987, hecho de parras de 100 años en la región de Curicó y lanzado bajo el sello Montes Alpha, fue sin duda el primer vino super-premium de Chile.

Después de comprar el viñedo en Apalta, el equipo de Montes decidió cultivar en las laderas de las montañas, una decisión costosa y sin precedentes en Chile, pero respaldada por siglos de observación y práctica en las grandes regiones vinícolas de Europa.

Entre tanto, Alexandra Marnier-Lapostolle llegó en 1994 después de no encontrar lo que estaba buscando en Argentina e inmediatamente se enamoró del valle, con su combinación de viñedos, bosques y praderas. "Soy creyente de la biodinámica", señaló, en referencia al método holístico de agricultura promovido por el austriaco Rudolf Stein. "Percibí vibraciones muy buenas".

De forma más específica, a Marnier-Lapostolle le encantó la geología y la topografía, y el hecho de que Apalta significa "tierra pobre" en el dialecto indígena local. Los estudiantes de viticultura saben que un suelo fértil da como resultado altos rendimientos, lo que a su vez produce vinos diluidos. Y le encantaron los viejos parches de viñedos en las partes más bajas del cerro. "Los dueños se disculparon por el bajo rendimiento del terreno, pero eso era lo que estaba buscando, bajo rendimiento, un terreno rocoso, es perfecto".

Poco después de que Marnier-Lapostolle compró sus viñedos, un ampelógrafo francés (básicamente un detective de vides), visitó Chile a instancias del gobierno y descubrió un impostor. Buena parte de lo que los cultivadores chilenos habían por mucho tiempo identificado como Merlot resultó ser Carménère, una variedad que alguna vez se usó para hacer Bordeaux, y que había sido abandonada después de la propagación de la filoxera. El hallazgo creó una oportunidad: algunos creyeron que el Carménère podría ser la respuesta chilena al Malbec argentino, una variedad insignia.

Igual que otros agricultores, Marnier-Lapostolle descubrió que una buena parte de sus viñedos estaban cultivados con Carménère. Como consecuencia, su tinto premium, Clos Apalta, primero embotellado en 1998, ha sido compuesto con al menos 50% de Carménère. Desde su lanzamiento, Clos Apalta ha comprobado el potencial de la uva y la región. Es un tinto matizado, poderoso y estructurado.

El bello anfiteatro de Apalta, junto con otras regiones del Valle de Colchagua, parece ser el terreno perfecto para la mayoría de las llamadas variedades Bordeaux, así como Syrah. En menos de dos décadas, Apalta ha producido tintos que pueden competir con los mejores del mundo, así como vinos comunes con una correlación sorprendente de valor y precio. Los tintos básicos de Casa Lapostolle se venden por menos de US$10 la botella, el mismo precio de varios vinos de Montes. Las dos viñas producen blancos excelentes en el Valle de Casablanca, al norte, pero esa es otra historia.

Link: http://online.wsj.com/article/SB10001424052702304723304577370451681717134.html

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