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El porqué de las 12 uvas en noche vieja

Sucede con la misma puntualidad de las campanadas de Sol. En víspera de Nochevieja, siempre hay quien remonta la tradición de las 12 uvas a un excedente de cosecha que algún ingenioso agricultor solventó convenciendo a todos los españoles para que terminaran el año engullendo las frutitas a toda prisa. Pero la costumbre tiene un origen más mundano: los madrileños del siglo XIX se encontraban en sus bien abastecidos mercados todo tipo de productos que llevar a la mesa en Navidad, pero era más barato comprar un racimo para toda la familia que un rollizo pavo.
El porqué de las 12 uvas en noche vieja
El fruto de la vid venía entonces, como el turrón, desde Alicante. «Acaban de llegar las uvas frescas desde Gijona [sic], cortadas el día 14, [...] dichas uvas se han conducido por el ferrocarril en gran velocidad», anunciaba el Diario de Avisos de Madrid el 18 de diciembre de 1864.

Cuatro días tardaba aquel AVE decimonónico en traer desde Levante el cargamento, que se despachaba en una posada de la calle Concepción Jerónima, «donde también se venden turrones finos de todas la clases y peladillas de Alcoy». El clima y altura de la sierra alicantina de Aitana favorecía que las uvas de Xixona madurasen en diciembre, y se aprovechaba el acarreo de los turrones para venderlas en Madrid.

En la Villa, hasta entonces, la última cena del año comenzaba tradicionalmente con una sopa de almendras. Mantecados de Astorga, mazapanes de Toledo, pasas e higos de Málaga, vinos de Jerez, mantequilla de Soria, tarros de almíbar de Vitoria, melones de Valencia o frutas de Jávea y Denia endulzaron las nocheviejas antes que las uvas, cuando la fiesta de Año Nuevo era todavía hogareña. Hasta la segunda mitad de siglo existía la tradición de comprar unos libretos de sainetes jocosos llamados Motes para Damas y Galanes que las familias interpretaban haciendo pequeños teatrillos en sus casas. También se entretenían con el juego de «echar Santos, años y estrechos», que consistía en hacer sorteos parecidos a un bingo. Porque el reloj que hoy vemos en la Puerta del Sol no fue alzado hasta 1866.

Poco antes, las uvas quedaron exentas de la contribución de consumos, lo que provocó la caída de su precio y las hizo más asequibles. El 1 de enero de 1893 se menciona en la prensa por primera vez la costumbre de tomar las 12 uvas, que se creía importada de Francia (quedaba muy fino decirlo), pero no hay constancia hasta 1906 de que se tomaran al son de las campanadas en la Puerta del Sol. Dos años después, la nueva tradición todavía provocaba confusión. «Anoche, a eso de las once y media, había en la Puerta del Sol unas 2.000 personas encaradas con el Ministerio de Gobernación [entonces con su sede en Correos, hoy de la Comunidad de Madrid]», contaba el diario El Liberal en su primera portada de 1908. «¡Es una manifestación! ¡Un motín, acaso! ¡Un pronunciamiento! Nada de eso, la multitud congregada antes del toque de queda frente a la Casa de Correos [...] esperaba solamente las campanadas del reloj», escribió el cronista, un tanto desconcertado. «Fue un bello espectáculo: al sonar la histórica campana anunciando las 12, más de 2.000 cartuchos se manifestaron, conteniendo los granos de uva que es tradicional engullir en tan solemne momento». La noticia, con cierta sorna, retrataba al entonces ministro de Gobernación Juan de la Cierva (padre del inventor del autogiro), preocupado por el bullicio de la plaza. Tenía mala conciencia, porque tomó la impopular decisión de obligar a las tabernas a cerrar los domingos:

- No es nada excelentísimo señor, el pueblo come sus uvas, y no se mete con nadie, ni siquiera con el reloj-, dijeron los guardas.

- Pues que me traigan las mías-, reclamó supuestamente el ministro -No hay tal cosa como acabar un año con uvas y empezar otro con pavo. El día que salga de aquí y me acuerde, no quiero decir el pavo que me subirá...

El Mundo

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