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Cuando el vino es víctima del calentamiento global

Para hacer un buen vino, sin duda es vital la calidad de las uvas. Pero dicha calidad está directamente relacionada con factores como la irradiación solar, la temperatura, la pluviosidad y la humedad. Es decir, aquellos factores que más afecta el cambio climático.

Incrementos más allá de los dos grados en la temperatura media global bien podrían significar la ruina de muchos de los viñedos más renombrados de las 27 regiones vinícolas del planeta, que en conjunto abarcan ocho millones de hectáreas y producen 282 millones de hectolitros de vino. 

Desde el Mediterráneo, hasta las regiones templadas de América del Norte y América del Sur, las zonas productoras más afamadas están sufriendo cambios en las cosechas y la calidad de los vinos.
Por ejemplo, se está dando un aumento en el contenido de alcohol y una disminución en la acidez. Esta última es crucial para el equilibrio y el sabor del vino, así como para el adecuado envejecimiento y la estabilidad microbiana.

En otras palabras, demasiado calor y sol significa que las uvas maduran con mucha rapidez, creando un desbalance entre azúcar y ácidos. La uva blanca es, incluso, la que peor soporta el calor.

También hay enfermedades que se desarrollan más o cambian su forma de afectar el viñedo. Bacterias, hongos y virus que el frío controlaba naturalmente empiezan a descontrolarse. En los viñedos de California, por ejemplo, ha aparecido la enfermedad de Pierce, que es letal para la uva. El contagio lo realiza la chicharra alas de cristal que ha saltado de Texas al norte de California gracias al aumento en la temperatura.

Este es un hecho nada despreciable tomando en cuenta que la región de la costa oeste de Estados Unidos es responsable del 90% de la producción de vino del país, pero el calentamiento global ya presenta efectos en la fisiología de las plantas, la disponibilidad de agua y la lucha contra los parásitos.

En Francia, mucha lluvia y primaveras y veranos tardíos han dado lugar a cosechas tempranas que producen una uva menos ácida y con un contenido mayor de azúcar. Eso se traduce en más alcohol y un sabor más afrutado, con vinos más empalagosos, demasiado azúcar residual y una acidez demasiado baja como para equilibrar el carácter de esta bebida. El año pasado se produjo, además, la cosecha más escasa en al menos cuarenta años.

Se estima que si no se hace nada por reducir las emisiones globales de gases de efecto invernadero, los viñedos en general se habrán desplazado más de mil kilómetros fuera de sus límites tradicionales a finales del siglo actual.

Según estudios, el área adecuada para la viticultura actualmente en California disminuirá una media del 60%, en Chile una media del 25% y en Europa una media del 68%.

En el peor de los casos, los viticultores deberán tomar la decisión de abandonar incluso una vieja variedad para dar paso a una nueva.  La adaptación al cambio climático será, entonces clave. Esto significa adoptar distintas técnicas como la plantación de los viñedos en suelo superficial para reducir el consumo de agua, introducir el regadío controlado y proteger a las uvas del sol mediante sombreadores; así como modificar con técnicas de cultivo el calor excesivo en el racimo y emplear nuevos productos de tratamiento de la planta.

Sin lugar a dudas, para los productores y los amantes del vino la lucha contra el cambio climático también tiene sentido.

KATIANA MURILLO

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